Una Carta Desde ...la CarcelMoshe S
Es una pregunta muy sencilla a la que, hasta hace muy poco tiempo, no podía dar una respuesta: “¿quién sos?"
Durante años estaba orgulloso de ser quien era. No tenía problemas. Ganaba muy, pero muy bien, llevaba una vida de diversión y fantasía y pensaba que nada me iba a afectar. Durante años fui un delincuente profesional. Y, de repente, mi mundo se desplomó. Me atraparon. Ahora estoy purgando la pena que me fue dictada: veintiún años en la cárcel de Ramle (Israel).
El día que ingresé en la cárcel perdí mi identidad. Para el sistema carcelario yo era solamente un número. Tenía un nombre pero, como jamás lo usaba, nadie lo conocía. Tenía una reputación, pero era por lo que había hecho. Ya no servía. No podés ser un ladrón si no estás robando. No podés ser un traficante de drogas si no estás traficando drogas. Pero lo único que yo sabía hacer era ser un delincuente. De manera que, detrás de las rejas, ¿quién era yo? ¿Qué era lo que me definía?
Era un prisionero. Cuando sos un prisionero, nada te define. No tenés posición social en el mundo del delito ni en el mundo real. No sos nada. Fue entonces que conocí al Rabino Fishel Jacobs, el capellán de la prisión de Ramle; y por primera vez en mi vida, empecé a conocer la verdadera respuesta. Soy un judío.
Soy un judío a quien en realidad nunca le importó ser judío. Soy un judío que crecí, al igual que la mayoría de los israelíes, conociendo las tradiciones básicas pero sin importarme o comprender demasiado qué es lo que significan. Mis abuelos, al igual que muchos otros inmigrantes sefardíes, eran bastante religiosos, pero sus descendientes no heredaron el apego a lo religioso. Lo que sí heredaron fue la pobreza y la desesperanza que han experimentado muchas familias de inmigrantes. Lo que heredaron fue la necesidad de sobrevivir y crecer, cualquiera sea el precio. Y fue precisamente eso lo que hice.
Yo fui un estupendo delincuente. Sabía mentir, engañar, robar y, sencillamente, obtener cualquier cosa que quisiera, en el momento que se me ocurriera. No sentía remordimientos por mis acciones. Pensaba que estaba simplemente ayudando al mundo a ser un poco más equilibrado. No era culpa mía el haber crecido teniendo apenas qué comer. No podía cambiar lo que había recibido, pero sí lo que podía obtener. Y fue así que, desde muy joven, conocí lo que era rentable. Las drogas y las armas eran rentables. Pero no me daba cuenta que también eran fatales.
Vi morir a mis amigos. Algunos murieron físicamente, otros emocional o mentalmente. Los vi llegar a un punto en el cual nada importaba. Un límite al que nunca quise llegar y que tuve miedo de alcanzar.
Pocos podrán creer lo que digo, pero pienso que yo realmente quería que me atraparan. Podés llamarlo psicología casera, pero creo que el haber sido capturado fue mi llamado de ayuda. Yo sabía que algo tenía que cambiar pero, por primera vez, no sabía cómo hacerlo. Solo sabía hacer lo que estaba mal. Nadie me había enseñado a hacer lo que era correcto.
Haber sido capturado y puesto detrás de rejas fue una verdadera bendición. En este caso se podría decir que no hay mal que por bien no venga. Me salvó la vida.
Pero fue el Rabino Jacobs quien salvó mi alma. Me puso en contacto conmigo mismo, con quien soy y con quien quiero llegar a ser.
Fishel es el capellán que oficia en la cárcel en la que estoy detenido. Acá se ocupa de varias cosas, desde verificar que nuestra comida kasher sea siempre fresca y esté en buen estado, que la Sucá haya sido levantada correctamente, hasta brindarnos clases e instrucción. Al principio, cuando lo veía hacer sus rondas pensaba que si sabía lo que le convenía, lo mejor que podía hacer era mantenerse lejos de mí. Al mencionárselo a un compañero de cárcel, éste me dijo que Fishel era cinturón negro en karate y que si yo era astuto, posiblemente quisiera quedarme lejos de él.
De manera que rápidamente me di cuenta que pelear con este rabino ortodoxo no solamente sería una buena manera de terminar con mi aislamiento, sino que culminaría en una penosa derrota. Pensé que podía adherir a la vieja idea que, si no puedes vencerlos, únete a ellos. Si los demás presos lo apreciaban tanto, no podía ser tan malo.
La primera vez que vino a mi celda me di cuenta que este encuentro iba a ser muy diferente. Tenía frente a mí a alguien a quien no le importaba mi pasado de delincuente. Tampoco le impresionaban mis antecedentes criminales y solamente quería concentrarse en lo que había dentro mío. Hasta ese momento nadie se había tomado el tiempo para preguntarme o importarle cuáles eran mis sentimientos. Él lo hizo. Me miró largamente y sus ojos ingresaron en un lugar muy profundo dentro de un espacio del que no conocía su existencia.
Me explicó que él es un jasid de Jabad-Lubavitch y que su cometido es ayudar a los judíos a descubrir el significado de ser judíos. Es simplemente eso. Así de sencillo. Este es un hombre que ganó premios en competencias nacionales de karate, un estudioso que publicó libros sobre derecho judío, que obtuvo un equivalente a un Master otorgado por el Rabinato de Israel y un general del ejército. Y el principal objetivo de este hombre era enseñarme que yo soy judío.
Fishel es un hombre que personifica exactamente lo contrario de todo lo que yo había llegado a conocer hasta ese momento de mi vida. Conocí personas que no eran nadie pero ‘se creían que eran alguien’. Y aquí tenía frente a mí a alguien que ha sido un éxito en tantos aspectos, pero para él todo esto no significa nada. Lo que le importa es ayudar a los demás.
Y trabajar con presos no es una tarea sencilla. Seamos honestos sobre este punto. Somos la basura del mundo. Somos las personas a quienes tú odias, y con razón. Hay un motivo por el cual estamos detrás de rejas. Hicimos algo que nos hizo llegar a este lugar. Con pocas excepciones, nos merecemos estar donde estamos.
¿Qué tipo de persona con capacidad, inteligencia y opciones, elige trabajar con nosotros?
Esta fue la primera pregunta que le hice a Fishel cuando entró en mi celda. Y su respuesta me dejó frío. Me dijo que esa fue precisamente la pregunta que una vez le fue planteada a su Rebe, el Rebe de Lubavitch, con respecto a cómo él nunca se cansaba de estar de pie durante largas horas repartiendo dólares a cientos y miles de personas. El Rebe contestó que, cuando uno está contando diamantes, no siente cansancio. Y, siguió Fishel, incluso cuando esos diamantes van a parar a un montón de barro, cuando tenés la certeza que son diamantes, vas a meter la mano y sacarlos. El barro podrá cubrir los diamantes, pero no puede penetrarlos o hacer que disminuya su belleza y valor. Y el barro puede ser lavado. Yo era un diamante. Ciertamente cubierto de barro, o de algo peor, pero diamante al fin.
¿Quién iba a pensar que estar preso sería lo mejor que me podía pasar? Recién supe quién era cuando llegué a la cárcel. Hasta ese momento creía saberlo, pero en realidad no tenía idea. Hoy, si bien me encuentro físicamente detrás de rejas, me siento libre interiormente. Y, aunque no es un lugar en el que me quiero quedar, convierto cada minuto que paso aquí en una oportunidad. Una oportunidad de crecimiento, arrepentimiento y cambio. He empezado a ver mi condena como una Ieshivá para ex-delincuentes. Acá tengo mucho tiempo para estudiar la Torá y todos los días asisto a una clase de Fishel sobre Tania y Halajá. Cumplo con Shabat, como comida kasher y, siempre que puedo, hago mitzvot. Paradójicamente, como era tan conocido en las calles, otros presos están dispuestos a asistir a clase y estudiar. Me toman como ejemplo. ¿Quién lo puede entender?
Aguardo el día de mi libertad. Aguardo el día en que pueda retribuirle a la sociedad. Anhelo que llegue el día en que pueda casarme con una mujer maravillosa y traer niños hermosos a este mundo. Y, cuando deje las paredes de esta prisión, sabré qué responder cuando me pregunten quién soy.
Soy Moshé. Soy un diamante. Soy judío.
http://www.es.chabad.org/library/article_cdo/aid/515303/jewish/Una-Carta-Desde-.la-Carcel.htm
martes, 28 de octubre de 2008
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